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Contra la televisión, desde el sofá de casa

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La gran putada de la televisión es que a estas alturas ya no podemos prescindir de ella. Realmente es un gran chiste snob esas desmesuradas y sectarias palabras de muchos intelectuales de que dicen que no ven televisión, que no soportan los medios, que son una cloaca y que debieran eliminarlos. Declaraciones como esas, que suelen llevar el disfraz de la contracultura, son tan reaccionarias como las declaraciones de Mickey Mouse en la soledad de su disfraz. Lo más irónico que aquellos enemigos más acérrimos de los medios al final terminan en ellos y muchas veces no como entrevistados, sino como conductores, presentadores, facilitadores y hasta accionistas de muchos de ellos.

Para ser honestos la televisión es un verdadero “basurero y arcoiris” donde convive desde lo más retrogrado con lo más vanguardista, la mediocridad con el talento. Si algo es cuestionable no es su existencia, ni su historia, más bien su agresividad en pos de raintings que la llevan a crear productos tan escandalosos como obscenos con un desprecio absoluto al humanismo. La televisión española además de caótica es una de la más triviales de Europa, asediada por los enlatados estadounidenses, enlazada cada vez más con políticas empresariales multinacionales y degrada por los programas “del corazón”, en el medio de sus sombras tiene también sus luces. Lamentablemente la relación incestuosa de la publicidad con la programación hacen que la calidad y vida de muchos de sus productos respondan más a una falaz cuantificación de un público dopado por la mediatización cuyo universo audiovisual está condicionado por una tradición de trivialización que ha creado patrones inamovibles con respecto al contenido y la forma de presentar el producto televisivo.

Junto con un “homo videns” hay también un “homo zapping”, un sujeto nacido en la visualidad que ha padecido el empobrecimiento del sistema educacional y que paralelo a los medios, como público, ha ayudado a degradar las formas tradicionales de aprendizaje. Resulta duro que cada vez tengamos menos lectores de libros y más lectores de videojuegos, Internet y la televisión. No va a ser falta la desaparición de los árboles del planeta para que no se pueda adquirir un libro, ya la caída de las ventas es impresionante cuando la de los productos multimediales y la televisión satelital aumentan cada vez más.

Creo que lo peor de la televisión no es su función y utilidad, que puede ser provechosa cuando es bien entendida en una perspectiva no pedagógica, ni imposisitiva de una moralidad ultrajante, sino cuando ella es entendida como una plataforma para ayudar a entender mejor la realidad y a crear espacios fértiles de retroalimentación donde la democracia permita el autoreconocimiento de todas las capas de la sociedad. Lamentablemente sabemos que las apariencias libertarias responden a un capital, un capital politizado que urde los hilos invisibles de la censura, la coerción y la manipulación de contenidos. Hilos que permiten que los medios mientan, agredan, invadan y creen patrones paradigmáticos de una irrealidad fútil donde la democracia de contenidos es un espejismo creado por una agenda reductora soportada en el “directo”, una contingencia y una inmediatez sensacionalista donde lo esencial no es penetrar la realidad, sino mostrar superficialmente trozos de la realidad sin un reflexión honesta.

Hay que reconocer que la televisión le cambió la vida audiovisual al planeta. De las palomitas de maíz, el tiquet troceado en la taquilla, la oscuridad mágica de la sala con pantallas enormes y el delicioso ruido del proyector disparando luz, pasamos a una inmovilidad individualista, sedentaria y asociable que nos convirtió en otros ciudadanos cuando dejamos de ir al cine y nos quedamos frente al televisor, unas veces acompañados y otras solos cuando imponíamos lo que queríamos ver. Para colmo el surgimiento del vídeo fue otro golpe devastador al Séptimo Arte y a su ritual socializador, mítico y amoroso que permitía no solo la cita con los amigos y las novias, también era lugar de encuentro de la familia y aquel esparcimiento regido por la sala oscura ayudaba a una vida social menos fría y más interesante de la ciudad donde el encuentro fortuito, el conocer nuevas personas y el estrechar lazos sociales sobre la magia del cine, creo, nos hacía mejores personas.

Pero los vasos comunicantes de la audiovisualidad permitieron que cine y televisión pudieran coexistir y, aunque la mayoría de las salas de cine padecen un crisis, el cine en su estado más puro de producción-distribución todavía le quedan años por delante, aunque la alta definición siga machacando el clasicismo de “sacra” praxis. La prueba es que los productores de equipos de televisión cada vez más quieren emular el cine, sus pantallas gigantescas, sus manuales de distribución de audio para los equipos, la calidad de la imagen y la magia de vivir una experiencia única provienen de la magia del cine. Mi predicción es que televisión y cine van hacia una integración, habrá una reformulación de los conceptos de consumo de la audiovisualidad y la experiencia interactiva privada será paralela a un experiencia interactiva pública, de masas, donde del individualismo saltaremos a una socialidad enérgica que humanizará las relaciones sociales o no, porque las señales de la tecnologización apunta a zonas oscuras.

La televisión dejará de ser un aparato cuadrado y pequeño, eso está claro, se tornará como nosotros mismos decidamos y habitará en nuestra arquitectura. El techo, una parte de la casa, muebles, conjunto de objetos recibirán las señales de la televisión del futuro, pero además la televisión como concepto será reevaluada por las generaciones venideras y el individuo podrá participar de esta, hará en solitario o entre sus más cercanos sus propios programas y los pondrá no sólo en el reino de Internet, sino que podrá transmitirlos a sus vecinos, a sus amigos, hacerlos públicos en la fachada de su casa que no será de hormigón, sino se una sustancia que contendrá las imágenes que querrá compartir con los demás. De hecho manifestaciones como Youtube que propició una plataforma para el audiovisual anónimo, informal y negado por el imperio de las productoras de cine y la televisión, le han dado un vuelco a la manera de producir y hacer audiovisuales, dejando atrás conceptos retrógrados como la definición, la dramaturgia más obtusa y los moldes de hechura hipertradicionales que inmovilizaban un arte tan joven con el del cine. Me río con felicidad porque había quienes pensaban que el mass-media sólo hacía videos cutres y pornos domésticas con las tecnologías que tenían a su alcance. La vida, la realidad, probó que no, que el nivel de creatividad asustó no solo a los emporios mediáticos, sino también a directores de cine y de televisión cuando descubrieron que el hombre de a pie era capaz de tener una libertad creativa insospechada.

De todas maneras el alcance de Internet, el uso de las nuevas tecnologías y las alternativas de expresión como YouTube y Vimeo todavía no pueden competir con los emporios mediáticos cuya solidez estructural es cada vez más vulnerable, aunque con respecto a esto tengo mis dudas, sobre todo por los avances en los “televisores inteligentes” y el rico entorno orgíastico de dispositivos, todos enlazados con todos. Al final, como siempre tenemos una historia de aducidos y rebeldes que se disputan el espacio de la audiovisualidad. Unos dejaran que embarguen gratis sus cerebros, otros se resistirán a tanta mediocridad y mierda, y quizás unos pocos acepten una bisexualidad incestuosa, muy difícil de manejar. Pero por ahora tenemos que lidiar con una televisión que no deja de coquetear con el cine, que lo invade a veces, que crea productos incestuosos, que no tiene piedad mientras entre a cada casa del planeta. Lamentablemente es una televisión más agresiva y que ya no detracta la calidad porque no hay mucha calidad en las industrias culturales, así que entre la reformulación del medio y el hambre de contenidos hay que seguir en el sofá criticándola y odiándola, amándola y olvidándola después de la resaca de vagancia y dejadez que casi todos padecemos al caer la noche.

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